La revista “The Clinic” vende quincenalmente cincuenta mil ejemplares (según sus propias informaciones) y tiene grandes compañías como avisadores. Es una empresa que gana dinero: la mejor prueba es que ya cumplió media década. Sin embargo, sigue autoproclamándose como un medio “de izquierda” pese a que sus periodistas no tienen contratos y el medio además de vender, se diversifica organizando fiestas, publicando libros y eventos. ¿Está The Clinic “Firme junto al pueblo”?.

Imbuido con un espíritu similar a “The Clinic”, en Alemania existe desde 1979 un diario llamado “Tageszeitung”. Los titulares suelen ser hilarantes y abundan los artículos de opinión. Allí los periodistas ganan la mitad que en otros medios y la obsesión por la igualdad llega hasta el extremo que su edificio de la Kochstrasse 18, en pleno centro de Berlín, los baños son mixtos. Sin embargo, las similitudes terminan ahí. “Tageszeitung” es una cooperativa de cinco mil socios que depende básicamente de la suscripción y donde hasta hace poco todos los trabajadores – desde el portero hasta el director – ganaban lo mismo.

“The Clinic” nació en agosto de 1998 en la productora TV Corp del cineasta Marco Enríquez, para apoyar la candidatura presidencial de Ricardo Lagos y luego haciendo mofa del traspié judicial que sufrió Pinochet en Inglaterra. El slogan “Firme junto al pueblo” proviene del legendario periódico popular “Clarín”, del cual se obtuvo también el logotipo inicial. Su nombre fue una idea de Guillermo Tejeda, quien actualmente trabaja en el área de extensión de la Universidad de Chile. “Conocí a Pato Fernández que deseaba hacer algo porque Pinochet había asumido como senador infinito y luego había sido detenido”, recuerda Tejeda. “Yo pretendía hacer unos libritos absurdos sobre derechos humanos, Pato pensaba en un pasquín”.

En la aventura, Tejeda recuerda haber estado acompañado por “algunos que trabajaban en medios respetables”, por lo cual “su presencia estaba rodeada de penumbra”. Inicialmente la revista fue gratuita y las primeras ediciones alcanzaron los cuarenta mil ejemplares. “Se regalaba, era un pasquín en blanco y negro con aspecto de periódico popular. La idea central era que diciendo mentiras o chistes se informaba más verazmente de la realidad que a través de noticias periodísticas normales”, dice Tejeda haciendo un guiño histórico a la función de los bufones.

Guillermo recuerda haber colaborado gratuitamente en unos ocho números, y luego se retiró del medio, “peleado con todo el mundo”. Las conclusiones que hoy saca Tejeda es que “cuando los proyectos tienen éxito, suele producirse una inflación en el número de dueños del proyecto. Y en ese momento había demasiados”, sentencia. Se sabe que Rafael Gumucio introdujo al director actual, Patricio Fernández. Luego llegaría Pablo Dittborn, editor de Ediciones B y cercano al mirismo que hoy está en el gobierno con Ominami como ejemplo. Fernández y Dittborn tenían un proyecto comercial muy claro y serían los creadores de la “empresa” The Clinic. Pero ¿quienes son los verdaderos dueños de “The Clinic”? Según declaró en una ocasión el ex editor Enrique Symns, son Dittborn, el ministro del Trabajo, Ricardo Solari, y el empresario Mario Lobo, éste último es hijo de un empresario cubano y habría puesto parte del capital inicial. Solari ha desmentido insistentemente su participación comercial, aunque Enríquez reafirmó la propiedad del ministro. El único financista conocido es el gerente general Pablo Dittborn, un personaje que también estuvo ligado al MIR en dictadura y del que señalan algunas fuentes incluso tuvo que huir a Argentina escapando de la represión de Pinochet. Dittborn tiene gran legitimidad entre sectores que se opusieron a la dictadura, pero especialmente dentro del mundo mirista que se integró al gobierno de Lagos y hoy milita en el PS o el PPD. En el mundillo interno del quincenario Dittborn es reconocido como uno de los encargados de tirar la línea editorial.

El actual director Patricio Fernández dice no conocer los aportes; “en los comienzos hubo gente que puso plata, pero no sé sus nombres”, dijo en un reportaje. Y cuánto gana el director se negó a revelarlo a Blanca Lewin cuando se lo preguntó en el programa “Marcha blanca” del canal de cable Vía X. El salario de los periodistas es mayoritariamente a honorarios, carecen de salud y previsión.

A pesar de las ganancias del medio, una consulta a la secretaria de “The Clinic” indica que la revista tampoco paga colaboraciones y como muchos medios aprovecha al máximo cada estudiante en práctica en el verano y también durante el año. En el caso de que un periodista ajeno al medio escriba algo lo deberá hacer gratis, más aun, dando gracias porque el medio le “acepto” su trabajo. Cuando uno de los autores de este reportaje se ofreció el año 2000 para colaborar en temas policiales, Fernández lo recibió en su oficina y señaló que la idea le encantaba, aunque aclaró que “no vamos a poder pagarte nada”. ¿Acaso los hospitales ofrecen trabajo a los médicos para que lo hagan “ad honorem”? ¿O las constructoras aceptan ingenieros para que laboren sin sueldo? ¿O los abogados tramitan las causas a cambio de nada? Pagar poco y mal a los redactores tal vez se justificaba (y esto es discutible) en sus esforzados inicios, cuando la revista partió con un capital de dos millones de pesos, tenía cuatro páginas y se regalaba. También cuando costaba 200 pesos (hoy vale 500) y tenía un tiraje limitado. ¿Pero puede seguir hoy cuando vende cincuenta mil ejemplares por edición – según sus propios datos – y tienen importantes avisadores como Smartcom, VTR, Telefónica Móvil, Radios Concierto y Bio- Bio, el sello EMI, la Universidad Diego Portales, el gobiernista Instituto Nacional de la Juventud, Restaurantes varios, y la machista publicidad de lencería que abarca a todo color dos de sus páginas centrales?. Además, la sociedad de publicaciones y ediciones Bobby S.A, se embarcó en un proyecto que tuvo como resultado la publicación de libros de seis mil pesos, se cobró ocho mil pesos para una fracasada fiesta de Año Nuevo realizada en el año 2000 en la ex cárcel de Valparaíso y seis mil para entrar a la Fonda Clinic en el 2002. Por otro lado, la tendencia del Clinic es hacia aumentar las páginas mediante mayor cantidad de fotografías, publicidad y comics (como Maliki). Tan solo por poner un caso; en junio del 2000 se usaba una página para los titulares cómicos, en el 2001 fueron dos y en junio del 2003 ya eran tres. Durante estos primeros días de 2004 se volvió a dos.

En el The Clinic original la salida de Enrique Symns en julio del 2001 y un artículo publicado en noviembre de ese año en el suplemento juvenil “Zona de Contacto” de “El Mercurio”, pusieron el dedo en la llaga. El argentino denunció que el espíritu inicial de la revista se había perdido y que el medio se había mercantilizado. Dijo que él empezó ganando 150 mil pesos y llegó a un máximo de $250.000, participando en 50 números e “inventando todos los suplementos”. En el reportaje Fernández señaló desconocer cuanto ganaba Symns. ¿Puede el director de un medio pequeño desconocer los sueldos de sus empleados? En cuanto a la participación de Symns en la sociedad del medio afirmó, “en un principio Patricio Fernández me dijo que la revista no era una empresa, porque todos eran gente de palabra”. Tras retirarse de la revista, Symns pidió tres millones de pesos de indemnización, pero sólo le dieron un tercio. En su éxodo Symns fue acompañado por el escritor Pablo Azócar. En su momento, Azócar declaró: “cuando The Clinic empezó a ganar plata, Fernández se volvió loco”. El escritor relató que trabajó dos años gratis para la revista y luego empezó a recibir cien mil pesos mensuales. “Nadie supo cuando esto se convirtió en una empresa, yo creo que lo que pasó con The Clinic representa lo que pasó con la Concertación. Nos prometieron cambios y luchas de principios y al final terminó siendo la misma mierda de siempre”. Por su parte Symns ha indicado que “actúan como los dueños de Disney, pero disfrazados de otra cosa”. Dice Tejeda: “no la siento como una revista próxima, la verdad es que yo pensaba en un medio capaz de educar deleitando, una especie de baluarte de los valores republicanos perdidos. Pero hoy hay cierto humor corrosivo con el cual no me siento cómodo. Para mí a las personas no hay que tocarles el honor, y las instituciones son respetables más allá de quienes las gobiernen”.

En cuanto a las ganancias que estarían haciendo los dueños del medio, Tejeda prefiere no emitir comentarios. “Siempre es más digno no opinar sobre el dinero de los demás”, afirma. Lo que sí está claro es que el aporte de “The Clinic” al periodismo nacional ha sido indudable. Sus reportajes a los sectores marginales, sus golpes periodísticos, los espacios que han entregado a los familiares de los desaparecidos y a plumas como Pedro Lemebel, merecen todo el reconocimiento. ¿Pero dónde termina la revista y empieza la empresa?. En medios periodísticos The Clinic se lee y se critica en silencio, es visto con admiración porque dice cosas que otros callan e incluso colaboran periodistas que firman con pseudónimos para evitar ser despedidos de sus trabajos estables. Pero es indesmentible que alguien está ganando dinero con “The Clinic”. De otra manera no se explica que cumpliera media década de existencia y es allí en donde surgen las preguntas ¿es ético seguir publicitándose como “medio de izquierda” y ganar dinero con un discurso que dice que está “junto al pueblo”?

Osadía de criticar a los críticos.

Este reportaje inicialmente surgió con la idea de criticar a los críticos, pero nuestro choque con el micromundo del periodismo chileno hizo que en el cuerpo de reportajes dominical de La Nación nos dijeran que “existe una política de alianzas con medios amigos que no se pueden criticar”, y que el director de otro quincenario nos rechazara porque varios de los criticados eran sus amigos. En fin, aquí van algunas críticas de los propios lectores y que aparecen cuando el tiraje afloja. No está demás indicar que los textos eran más extensos y que se hizo lo que se hace desde que el periodismo se inventó, o sea, cortar y poner lo central.

Uno de los raspacachos memorables que le hicieron a The Clinic es de un irritado Sergio Lagos respondiendo a una incisiva periodista: “a veces me caliento con tu medio que cree manejar el bien y el mal. Yo debería tener alguna sospecha porque todo lo que ha salido en The Clinic de mi ha sido pésimo. (…) es super fácil tirar una portada que diga fachos y esa frontera del chiste rápido es muy fácil. Está bien el chiste pero afectó a mucha gente del canal (13) que lee The Clinic y ustedes los ponen de fachos” (edición del 12 de junio de 2003). En lo político The Clinic es un medio cuestionador del modelo de transición político chileno, pero que en coyunturas se alinea militantemente con Lagos guardando un cómplice silencio en casos como la segunda vuelta presidencial, las reformas laborales, el TLC, las concesiones MOP y sin que la implicancia de senadores de gobierno en la red Spiniak merezca portada.

El reclamo de otro lector: “siempre compro su folletucho, pero la entrevista a los Mox me parece demasiado. ¿Cuál es la idea de entrevistar a un trío de oligofrénicos de más de 30 años que le cantan a la caca, al falso carrete y a la paja? Hay demasiados músicos respetables a los que entrevistar y de los que se puede esperar más. Como dato adicional los Mox son fachos”. Dice una carta al director del 29 de mayo.

Cuando subió de precio de 200 a 500 pesos los respetables lectores escribieron y dijeron: “estimados clínicos, creo que ahora se les pasó la mano cobrando $500. ¡¡¡Se pasaron las medias películas imponiendo tal cantidad de plata a los fieles lectores que ya tienen!!! Hay millones de chilenos que necesitan una mejor información y a ese precio les va ser bien difícil obtenerla. Espero reconsideren volver al precio antiguo, y si les sale muy caro sáquenle el color a la impresión ya que nunca lo hemos necesitado”. Firma Leonel San Martín. Otra crítica aparecida en el mismo espacio y la misma edición: “decidí comprar su diario (porque) me resultaba bueno, grato, directo y radical, lo cual me gusta. Lamentablemente al ver la edición Nº 100 quedé anonadada por decir lo menos al leer ‘recuerdos de infancia’. Es lo más asqueroso que he leído. Espero que la persona que lo escribió no se haga llamar escritora o poetisa. Demás está decirle que no volveré a comprar otro ejemplar. Me dolió gastar $1000 para leer esa vulgaridad”. dice Gloria Cabello el 30 de abril del 2003. Otras críticas económicas las hicieron participantes de la fiesta de año nuevo 2001, quienes aparte de reclamar por la calidad del evento criticaron el precio. “¿Ustedes creen realmente que el pueblo que ustedes nombran tiene 300 pesos para pagar por este pasquín?, ¿Creen realmente que el pueblo los siente cercanos y firmes junto a ellos?”, pregunta René Squella el 22 de agosto del 2002. Respecto a las estrategias periodísticas de legitimación implicadas también hay tirones de orejas: “he seguido atenta y esporádicamente los números de The Clinic encontrando un más que buen material de reflexión, crítica, risa y alegre subversión. Todo esto no puede ser sino extremadamente sano en el fome y uniforme panorama editorial chileno, aunque de vez en cuando echo de menos un poco más de elaboración en los artículos, hay que tener en cuenta que a veces la agresión gratuita puede hacer perder legitimidad hasta a las mejores causas”. Diego Campos, 20 de abril del 2000. Otra crítica es hacia las posturas políticas de “izquierda” del medio con una crítica a uno de los notables de Clinic: “me molestó que Gumucio atacara a Fidel, pero que el ataque al Dr. Allende es inaceptable. Todos los gobiernos tienen errores y el del doctor no fue la excepción, pero su retórica no fue uno de ellos. Por si no lo sabes, cada quien tiene el derecho de expresarse como le parezca”. Dice Abraham Vega el 27 de junio del 2002. Otro espolonazo en el tema de la situación cubana: “mientras leía la entrevista a Raúl Rivero no sabía si se trataba de un nuevo gueveo o si se estaba hablando en serio. Al final me di cuenta que no se trataba de lo uno ni de lo otro, sino de una entrevista a un ‘disidente’ cubano al más puro estilo de lo que hemos visto en más de 40 años de conspiración y agresión norteamericana a la isla. Quizás The Clinic, en un afán de hacer demostraciones de pluralidad, de libertad de información, o simplemente por las confusiones ideológicas de sus editores, se une al concierto capitalista donde se pretende demostrar a delincuentes como ‘disidentes’ para avalar sus fechorías que pavimentan el camino para una agresión abierta y deliberada contra la isla. Seguramente cuando caigan las bombas contra la Habana este tipo de periodismo amorfo podrá hacer gala de su capacidad de mostrar los horrores de la guerra, sin más compromiso que los intereses individuales de cada uno”. Horacio Díaz, dirigente sindical, en Cartas al Director el 15 de mayo del 2003.

Prensa satírica o reírse de las desgracias propias.

The Clinic perfectamente puede encasillarse dentro de una corriente histórica de prensa satírica, que comenzó con un personaje de 1850 y concluye con un Topaze de 1870 que hizo escuela.

El historiador de la Universidad de Santiago de Chile, Maximiliano Salinas ha publicado dos libros del tema: “El que ríe último” – Caricaturas y poesías en la prensa humorística chilena del siglo XIX y otro del año 2001 publicado por editorial Universitaria que trata las sátiras del clero en Chile a fines del siglo XIX.

Esas investigaciones sindican como un personaje clave de la prensa satírica y padre del actual periodismo satírico al estilo The Clinic al santiaguino Juan Rafael Allende (1850-1930). Este poeta liberal de clase media editó publicaciones a partir de 1880 creando una verdadera “revolución cultural”, pasquines de cuatro páginas, tres veces por semana con poesías ilustradas por una caricatura con personajes como “El padre Cobos”, “El padre Padilla”, “Pedro Urdemales”, “El recluta”, “Poncio Pilatos”, “General Pililo” y “Don Mariano”. Éste último debía su nombre a un arzobispo de Santiago de la época.

Juan Allende fue enemigo del clero, fundador del Partido Democrático y nunca lucró con sus publicaciones porque más bien estaban destinadas para la lectura de artesanos y obreros urbanos, una masa que apenas podía leer los textos de las caricaturas.

Las víctimas de este pionero de la prensa satírica fueron la Iglesia, los banqueros y los funcionarios del gobierno. A los curas los mostraba con amantes y los acusaba de vivir a costa del pueblo, y a los banqueros los dibujaba entregando el salitre a los extranjeros. Este personaje fue detenido durante el levantamiento conservador contra el gobierno de José Manuel Balmaceda en 1891 y los conspiradores decidieron ahorcarlo en una plaza pública, sin embargo, se salvó porque el intendente intervino para evitar la ejecución. La historia dice que se marchó al exilio para volver pronto.En el 1900 – y a propósito del bicentenario- la prensa sufría restricciones pero pocas persecuciones legales para esta prensa. “La burguesía lo ignoraba y hablaba de periodicuchos de mala muerte al referirse a Juan Allende” dice Salinas. No obstante la iglesia se quejó de que las creaciones de Allende adornaran las paredes de los arrabales de Santiago y así Allende fue excomulgado dos veces junto a sus colaboradores. Ello resultó ser una propaganda que aumentó el tiraje y le dio a Allende la oportunidad de escribir un edicto excomulgando a la Iglesia Católica.

Más tarde entre 1930 y 1970 “Topaze” se impuso como el ícono de revista satíricaa cargo del periodista Hernán Millas. En Topaze “el roto Verdejo” era un personaje del bajo pueblo que desconfiaba de los políticos y del sistema. Con Eduardo Frei (1964-1970) Topaze recibió presiones de La Moneda por algunas de sus publicaciones y según Salinas fue en esa época en que comenzó a perderse el humor. “Todos se pusieron graves y en vez de reir, empezaron a sacar las pistolas”, concluye Salinas.

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